Durante los nueve meses que duraba el curso escolar, vivía en Buenos Aires. Asistía a la universidad de Buenos Aires para estudiar Química. Vivía en una residencia de estudiantes que me quedaba cerca de la facultad y la verdad es que adoraba la vida de universitaria. Cerré mi valija y la bajé de la cama al piso. Oí que llamaban a mi puerta. Abrí con una sonrisa. Alejo estaba tras la puerta. Alejo Suárez era el hombre de confianza de papá. Era chofer, mayordomo y empleado de mantenimiento.
- ¡Alejo!- dije antes de darle un fortísimo abrazo.
De hecho, Alejo para mi era más un padre que mi propio padre. Él me había enseñado muchas cosas, me cuidaba, me quería y me protegía como un padre. Y luego estaba el hecho de que papá siempre viajaba. Además, Alejo tenía una hija, Eugenia que había sido mi mejor amiga durante toda mi vida. Las dos habíamos crecido juntas. Alejo me ayudó a bajar mis cosas al auto. Las guardamos en el maletero. Entré a despedirme de algunas amigas de la residencia y salí. Me subí en el asiento trasero del auto de papá. Era un BMW serie 7 berlina, de importación. Era de color negro y el interior tenía los asientos de cuero. Siempre que me subía en el auto de papá era como estar en casa. Después de ponerme el cinturón de seguridad me escurrí en el asiento. Cerré los ojos y dejé que mi respiración se calmara. La suave música envolvente que sonaba en el habitáculo del auto hizo que de a poco me fuese quedando dormida. Como cuando era chica. Me desperté sobresaltada cuando estábamos entrando en Tigre. Alejo condujo atravesando la pequeña ciudad costera hasta llegar a las afueras. El corazón se me encogió cuando llegamos a la verja de metal que rodeaba mi casa. Alejo la abrió con un mando y entramos en los jardines. Los jardines delanteros estaban tan cuidados como siempre, y en el centro la plaza redonda con la fuente en el centro. Alejo estacionó delante del porche. Mi casa era la típica casa de estilo victoriano de color amarillo con las ventanas en blanco. Subí los dos escalones que daban acceso a la casa, abrí la puerta y entré en mi casa. Mamá salió de la sala. Nos abrazamos con fuerza. Mi mamá, María Jose Herrera era un calco en adulto de mi. Mamá me llenó la cara de besos mientras que Alejo entraba mis cosas a la casa. Suspiré. Me sentía a gusto de estar de nuevo en casa..
- ¿Cuándo llega Euge?- le pregunté a Alejo.
- Ya está en casa. Este año como era el último, terminó antes. Está deseando verte.
- Yo también.
Eugenia Suárez era la única hija de Alejo Suárez. Euge y yo crecimos juntas, teníamos la misma edad, por lo que fuimos al colegio juntas y nos separamos al llegar a la universidad. Subí las escaleras después de zafar del agarre de mi madre. Mi cuarto estaba en el ático. No era por la ausencia de cuartos en la casa, era porque siempre me había gustado más que los demás. Suspiré de nuevo. Estaba en casa. Mi cuarto estaba pintado de color rosado desde que era una nena chica. Los muebles habían ido variando a medida que iba creciendo. Mi cama era de esas metálicas con dosel y cortinas vaporosas de color blanco nuclear. Sobre la cama descansaba mi viejo osito de peluche que me había acompañado de por vida. Teddy me había acompañado en las noches cuando era una niña y creía que había monstruos debajo de mi cama. Me había acompañado en las noches en que era una adolescente y lloraba porque creía que nadie me quería. Me había acompañado las noches en que siendo una mujercita llegaba a casa tras todo el curso fuera. A cada lado de la cama tenía una mesita de noche de madera envejecida y una lámpara Tiffany sobre ella. Tenía un escritorio antiguo de esos que tenían una tapa que se bajaba. Tenía una cómoda envejecida con cuatro cajones grandes y dos más chicos. Tenía un armario que ocupaba toda una pared y era de madera en color oscuro con las puertas de cristal por fuera. Lali entró en su cuarto de baño. Las paredes estaban alicatadas en gresite en todos rosas y malvas. Tenía una bañera de éstas antiguas, una pequeña ducha, los sanitarios y un pequeño armario empotrado en una de las paredes que tenía un hueco. Abrió el grifo del agua caliente y lo dejó abierto mientras que ella salía del baño para sacar su neceser de la valija. Sacó las cosas colocándolas en su lugar mientras que la bañera se llenaba. Echó una bolita de aceite, sales minerales y espuma. Se quitó la ropa y se sumergió en el agua caliente, sintiéndose relajada casi al minuto.
Adoraba la velocidad. Y más que la velocidad adoraba su auto. Su Toyota Célica de importación en color gris metalizado con todos los adelantos del mercado. Oasis sonaba a todo volumen en los ampli del auto. Comenzó a levantar el pie del acelerador cuando cruzó el letrero que decía “Tigre”. El hogar de su infancia. Los mejores años de su vida. Después, a los ocho años entró pupilo en un colegio de Buenos Aires. A los catorce, en cuanto fue un poco mayor fue enviado a Londres, pupilo también. A los dieciocho volvió un año a Argentina donde comenzó a estudiar economía. Pero al año siguiente Estados Unidos fue su destino, reclamado por la universidad de Harvard con una beca para él. Allá acabó sus estudios. Se había pasado un año haciendo un master sobre dirección de empresas y volvía a Tigre después de un año en Buenos Aires. Frenó el auto para detenerse suavemente ante una casa rodeada con una verja metálica. El auto se deslizó por el corto camino pavimentado. No lo introdujo en el garaje, lo dejó afuera. Se miró en el espejo retrovisor antes de bajarse del auto. Se mesó un poco el pelo largo que era su seña de identidad. Se sacó las Ray-ban que llevaba y las guardó en la guantera. Al tener los ojos claros, el sol le molestaba mucho en los ojos cuando manejaba. Y siempre llevaba esas lentes en el auto para cuando lo hacía. Se bajó del auto con su forma de andar, como si se quisiera comer el mundo, su remera Lacoste, sus jeans Levi’s y las Reebok. Abrió el maletero del auto y sacó su valija. Una mujer salió de la casa. Iba vestida con un alegre vestido floreado de mil colores. Era Feli, su tata. Felicitas García le había cuidado durante su infancia. Y había cuidado de él cada vez que regresaba a casa en los veranos. Su madre había muerto cuando él tenía tres años. Un desagradable incidente. Había muerto ahogada. Y su viejo había tenido que echarse al hombro todo. La casa, los negocios, a su hijo… lo había hecho lo mejor que había podido o sabido. Él no le reprochaba nada, sabía que la había tenido difícil
- ¡Solcito!- dijo Feli.
Le encantaba la forma en que Feli le llamaba “solcito” desde que era un nene. Ella decía que su sonrisa era como un rayo de sol. Él la abrazó y sintió una cosa en el estómago. Algo parecido al calor del abrazo de una mamá.
- Cada día más lindo- dijo Feli.
- Y vos cada día más joven…
- Chamuyero…
- ¿Y mi viejo?- preguntó.
- Laburando. No ha regresado aún. Esta noche creo que quiere hablar con vos de algo importante- Felicitas le informó mientras que entraban en la casa.
- Será sobre el laburo.
Iba a entrar a trabajar con su viejo. Todavía no sabía en cuál de las empresas, pero estaba bastante contento. Su casa era muy grande en superficie pero no era especialmente alta. Solamente tenía el piso de abajo y un pequeño piso arriba que no ocupaba toda la planta de la casa. Tenía un lindo porche trasero y pileta. Dejó su valija a un lado de la puerta. Su cuarto seguía igual. Como lo había dejado el verano anterior. Era un cuarto sencillo. Tenía recuerdos de su vida por acá y por allá. Pero no tenía su huella. Suponía que eso se debía al poco tiempo que había pasado en él durante toda su vida. Agarró una fotografía que descansaba en una estantería. Era en blanco y negro. En ella se veía una mujer con un bebé en una cama de hospital. El bebé era chico y lleno de pieles por todos los lugares. Ella, rubia, con el cabello ondulado y los ojos verdes sonreía a la cámara con un camisón de color blanco. Sintió un dolor en el pecho al mirarla. Qué injusta había sido la vida. Ni siquiera le había permitido conocerla.
- Hola mamá… ya estoy en casa- dijo él.
Depositó un beso sobre la imagen de su madre y volvió a dejar el portarretratos sobre la repisa. Se estiró haciendo que todos los músculos y los huesos de su cuerpo crujieran. Miró por la ventana que daba a la parte de atrás. Su cuarto ocupaba el segundo piso de la casa. Se sacó la remera, los jeans, las deportivas, las medias, los boxer y sacó de su placard el bañador. Era de Speedo, de color negro y ajustado. Como deben ser los bañadores para vencer la resistencia al agua. Se puso unas chanclas de goma y bajó las escaleras mientras que movía los brazos calentando. Salió al jardín y se colocó en el extremo más profundo de la piscina. Durante años había competido a natación. Desde que entró en el colegio Rockland siendo un nene. Después siguió compitiendo en Inglaterra, y en la universidad. Y la verdad no se había dedicado profesionalmente a ello porque no había querido. Se dejó caer en el agua y buceó más de media piscina. Nadó a crol, a espalda, a braza y a mariposa hasta que sintió que sus músculos protestaban por el esfuerzo. Cuando salió de la pileta Feli le había dejado una toalla en el porche para que se secase al salir del agua. Feli siempre estaba en todo.
La familia Esposito se había reunido alrededor de la mesa para festejar la vuelta de Mariana. Maria José y Carlos Esposito solamente habían tenido una hija. Habían intentado tener más hijos, pero después del segundo aborto natural el doctor les dijo que era mejor que dejasen de intentarlo, por la salud de Maria José. Pero el hueco que había dejado vacío los hijos que faltaban había sido ocupado por la risueña Eugenia. La hija de Alejo y Tina. Justina Suárez era la cocinera de la familia Esposito y madre de Eugenia. Esa noche todos estaban sentados alrededor de la mesa. Eugenia contaba cuando había tenido que hacerle una entrevista a Diego Torres y se había puesto tan nerviosa que se había derramado la copa de agua por encima.
- Creo que ha llegado el momento- dijo Carlos mirando a su esposa- Lali, tenemos algo muy importante que decirte.
- Es algo bueno, no pongas esa cara, Mariana- dijo Maria Jose.
- ¿Recordás a Juan Pedro Lanzani?- dijo Carlos.
Cómo no iba a recordarlo. Si su viejo siempre hablaba de lo perfecto que era. Mariana no recordaba haberle visto nunca. Quizás alguna vez… no sabía. Lo que sí sabía era la fama que Peter Lanzani tenía. Rompecorazones y mujeriego.
- Te vas a casar con él- dijo Carlos con una sonrisa de oreja a oreja.
- ¿Qué?- dijo Mariana sorprendida- Es joda ¿verdad?
- En absoluto- dijo Maria José- Hace años que lo arreglamos todo con su papá.
- Pero hoy en día ya nadie concierta casamientos. Es un atraso- dijo Mariana.
- Pues vos te vas a casar con Juan Pedro. Y no se hable más.
- ¿No te pone feliz?
Mariana miró a sus papás como si de repente les hubiera salido otra cabeza. Ellos habían tenido siempre la tendencia de manejar su vida al antojo de ellos y de sobreprotegerla. Pero aquello era demasiado. ¡Matrimonio concertado!. Encima con un tipo al cual apodaban “Don Juan” en la ciudad. Eso debía decirlo todo. Mariana se paró de la silla en la que estaba sentada y corrió escaleras arriba.
- Decís que sos madura para tomar tus propias decisiones, pero reaccionás como una nena de 6- dijo Carlos desde la puerta. Mariana se había dejado caer sobre la cama, todavía en estado catatónico- Lo lamentamos, Mariana, pero la decisión está tomada- Carlos se acercó a la cama de Mariana y acarició su larguísima melena negra- Siempre cuidaremos de vos… nunca haríamos nada que te dañase.
Podía ser que esa fuera su intención. El problema radicaba que desde que era una beba ellos siempre habían decidido por ella. Sin preguntar si la dañaban o no. No preguntaron cuando con ocho años la enviaron al colegio Mandalay interna. Aunque de aquella, Eugenia había ido con ella, lo cual había sido un consuelo. Pero tampoco preguntaron cuando quisieron que empezase la carrera en Cambridge. Había estado viviendo dos años allá.
- No puedo papá…- dijo ella con voz ahogada- No le conozco, en la vida le he visto. Jamás hablé con él. Y no tiene muy buenas referencias. Yo no puedo estar con un hombre que se cree un regalo para las mujeres.
- No le podés culpar, vos siempre decís que los hechos se exageran.
- Todo el mundo sabe cómo es. Es arrogante, altanero, inmaduro, juerguista y mujeriego. ¡Tendremos una linda vida juntos!- dijo esto último sarcásticamente.
- Lamento que pensés así de él, Lali, porque no vamos a cambiar de parecer. Así que si querés, podés seguir pensando lo peor de Peter o podés pensar en una forma de conocerle.
Carlos salió del cuarto de su hija dejándola con la palabra en la boca. Apenas tenía veintidós años y sus viejos ya le habían elegido marido con fecha de casamiento y todo. No podía casarse. Aún tenía demasiadas cosas por hacer. Sueños por cumplir, sueños que seguramente se irían por el retrete en cuanto adoptase el apellido Lanzani.
- ¡Recién llego de la facultad y es así como me recibís!- dijo Peter, enojado.
Pablo Lanzani, Felicitas y Peter estaban cenando esa noche en el comedor de la casa de los Lanzani.
- Lindo regalo de graduación que me hacés.
- Te he dado todo, Peter, es lo menos que podés hacer por mi- dijo Pablo.
- ¡En mi vida la he visto! Seguro que es una cheta estirada, remilgada y… fea- dijo Peter con enojo.
Peter estaba enojado y con razón. No solo tendría que laburar bajo las órdenes de su viejo, que ya era bastante malo, sino que también tendría que casarse con una mina que no conocía más que de oídas. Su padre siempre hablaba de los Esposito y de la linda familia que eran. Y también hablaba de lo re inteligente y responsable que era Marianita, su única hija. Ahora quería que se casase con ella. Con una chica de la que no sabía absolutamente nada. Ni siquiera la había visto en su vida.
- Es una buena chica- dijo Felicitas- Y es linda. Tu papá y yo la vimos la pasada Navidad.
- Vos creés que el perro callejero que ronda la casa es lindo.
- Te vas a casar con ella. Sus papás están de acuerdo y yo estoy de acuerdo- dijo Pablo Lanzani con tono autoritario.
- Dale una oportunidad Peter, estoy segura de que les irá bien- dijo Felicitas intentando agarrar la mano de Peter por encima de la mesa.
Pero Peter esquivó la mano de Feli. No se podía creer que ella también estuviese de acuerdo con esa estupidez. Se paró de la mesa sin ni siquiera disculparse. Corrió escaleras arriba cerrando la puerta de un portazo. Feli se paró de la mesa.
- Dejalo, ya sabés cómo se pone cuando cree que tiene la razón.
- ¿Vos creés que hacés bien? ¿No sería mejor que se casase con la chica que él eligiese…?
- Lali es la chica perfecta para Peter.

Proximo capitulo, Miercoles 12 de Octubre, no te lo podes perder!

0 comentarios

Publicar un comentario

♪Dejanos Un Comentario...♫