
Una década de Gran hermano moldeó a una generación que se crió viendo cómo personajes anónimos sobrevivían encerrados en una casa y encontraban la fama apenas cruzaban el umbral. A diferencia de los primeros, que no sabían qué les esperaba, los “hermanitos” 2011 sienten que pueden manejar “de taquito” el juego e incluso la planificación de su futuro. Saben de "qué viene la cosa" y "qué quieren". Pero no saben que su presente idealizado no corresponde con la realidad.
Cuando Gastón Trezaguet, Silvina Luna y Ximena Capristo ingresaron a la casa de “Gran hermano” poco y nada sabían sobre qué les esperaba en su cautiverio televisado.
En cambio ahora, los chicos de la versión 2011 se meten al reality con la experiencia que da el televidente y se muestran en pantalla como los “más impertinentes” en la historia del formato.
Los “hermanitos” 2011 fuerzan las reglas del programa y juegan al límite. Conocen los parámetros y van un poco más allá. Mientras los anteriores vivían temerosos de que sus acciones ilícitas fueran captadas por el ojo que todo lo ve Gran hermano, a los de ahora no les importa nada.
Su pedantería está fundada en que ellos se creen y se saben el alma del ciclo, que Gran hermano es un ente abstracto y que la gente no sintoniza Telefe para escuchar esa voz contundente, sino para ver qué hacen ellos.
Pero basarse en las experiencias anteriores puede jugarle una mala pasada a estos “neo mediáticos”. Mientras ellos desafían a la producción sabiéndose el capital necesario, también imaginan que puertas afuera la gente los idolatra con fervor.
Pero los que no están aislados, tanto la producción como el televidente, saben que ninguno despierta el fervor que supo conseguir Marianela Mirra, Nadia Epstein o Diego Lonardi.
La producción lo sabe y por eso optó por ridiculizarlos. El televidente ve el rating y ríe cuando escucha a los “hermanitos” fantasear con la fama que los espera fuera. Mientras tanto, se mueven en pantalla creyéndose ídolos, desafiando a la autoridad y subestimando al público.
(television)
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