Todo sucede en los estudios Ronda en Martínez. Mientras antes del debate maquillan a Mariano Peluffo - quien nos recibe con su remera de Telefé - Natalí, la flamante eliminada de Gran Hermano, se mueve de aquí para allá, al igual que los otros dos ex participantes, Leandro (con su novia siguiéndolo por detrás) y la chica que quiere ser vedette, Rocío, quien no pasa inadvertida con el ruido de sus tacos. Cual niños inquietos que recién salen de una jornada del jardín de infantes, cuesta hacerles respetar los horarios televisivos y los productores corren tras ellos para asegurarse de que lleguen a tiempo.



Peluffo nos muestra el vestuario que se les enviará a los chicos para la prueba semanal, los pilotos que cuelgan en el perchero de un pasillo, y nos dice que, a pesar de la improvisación del debate, "siempre hay una llamada salvadora que me pone al tanto de todo, cuando no puedo ver". Posteriormente, el conductor va a cambiarse en el camarín que comparte con Marley, mientras los cuatro eliminados, cada uno en distinto momento, son maquillados también. A pesar del caos previo en la organización y esas corridas, el debate sale en vivo a las 21 en punto.




Rocío y Ariana, demoradas por razones varias, se suman luego de iniciado el envío, en uno de los días más atractivos para la lógica intrínseca del juego: la selección de cartas. Los panelistas Laura Ubfal, Augusto Tartúfoli (tranquilo en ojotas), Sebastián De Caro y el ex GH Gastón Trezeguet (el más punzante) analizan no sólo las conversaciones de los participantes más interesantes del día sino también lo que el valor agregado de las cartas genera en el programa: una movida importante en las fichas del tablero. "Che, ¿no nos olvidamos de poner la de la inmunidad, no?", grita un productor bromeando ante la posibilidad de que se les escape un detalle nada menor.
Aunque parezca enorme - sobre todo en las galas - llama la atención lo pequeño que es el estudio donde todo transcurre y la manera en la que se maneja el debate. ¿De qué manera? Con la solidez que deviene de la tranquilidad con la que es producido. Todos los que forman parte del programa - y la escasa gente en las gradas - saben su papel y lo ejecutan a la perfección. Al tiempo que pasan los clips, todos se ríen, se escandalizan y especulan tanto o más que los espectadores y lo hacen con tanta naturalidad que es imposible que el envío no transcurra con dinamismo. Los panelistas dicen el bocadillo justo, Peluffo sabe cómo interactuar con precisión y los rostros de los ex participantes, viendo todo desde afuera, son impagables. Un ejemplo de esto fue el momento en el que entraban los jugadores a buscar las cartas: los que fueron expulsados festejaban o se decepcionaban con los resultados.
Video: Espiando el set de Gran Hermano


Pero a pesar de que todo esté calculado, el debate tiene esa espontaneidad que le aporta Peluffo, que siempre va de la mano con sus pasos de comedia. Detrás de escena, un productor tiene la pelota de fútbol preparada para que el conductor haga su gag favorito: el de "tirarla fuera de la cancha" cada vez que un ex participante (o incluso un panelista) dispara un comentario entre ridículo y desatinado. Sin embargo, en la noche de las cartas, todos se mostraron más medidos, las mujeres algo desconcentradas y Leandro, siempre indignado ante cada tape que muestran que perjudica "a su equipo".

"Esto es un programa de televisión, no el Senado de la Nación", remarca Peluffo y define a la perfección en qué consiste verdaderamente "el debate" de >Gran Hermano y el reality mismo: una oferta televisiva. Por eso, cuando la gente se enoja reclamando sanciones o exigiendo explicaciones sobre el reglamento con alarmante vehemencia, el conductor se encarga de poner las cosas en su lugar. El programa está al aire para divertir y, muy especialmente, para generar identificación entre espectador/participante.
Quizá uno crea que los únicos expectantes por los cambios que se producen dentro de GH son, justamente, los que están fuera, frente a la pantalla, los espectadores. Sin embargo, en los estudios, mientras en la casa Alejandro entra a elegir su carta (la de la inmunidad, finalmente), conductor, panelistas, ex participantes y productores observan con detenimiento y hacen conjeturas antes de volver al piso. Autoconciente como pocos, Peluffo retoma esas charlas que estaban en off y las incorpora al mismo debate. Todos anotan el minuto a minuto y llevan la cuenta como si se tratase de un campeonato de fútbol. Es que algo de eso tiene Gran Hermano:despierta una necesidad en cierto tipo de televidentes de "relacionarse" con un determinado participante para hinchar por él hasta el final.
"Levantar el techo de una casa y espiar la vida cotidiana de las personas". Eso dijo una vez el director Robert Altman sobre los cuentos de Raymond Carver. Gran Hermano es el reality show prosaico por antonomasia. El debate, en consecuencia, desmenuza todo esa cotidianeidad sin diluirla a mero compendio de secuencias aburridas. El debate, retomando a Peluffo, hace lúdico lo mundano.

(ln)

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