
Suele refugiarse seguido en la metáfora del fútbol, un recurso que le permite descubrir puntos de encuentro entre la vida y el juego. Como si, en su caso, valiera aquello de ‘se vive como se juega’. Casi como una íntima confesión de parte, suelta que “de chico era gordito y petiso” y la frase, sin destino aparente, va a parar justo a donde él quería: a explicar la actitud que moldeó con los años. “En los actos del colegio me tocaba hacer de cocinero. Y en la cancha, los pibes me mandaban al arco. Pero yo me quedaba una hora y media, solito, pateando penales en casa. Siempre tuve un enorme espíritu de sacrificio... Lo tuve en la vida en general y en el fútbol en particular. Y cuando entré a la curtiembre familiar empecé como obrero, obvio. A mí todo me costó, nada nunca me resultó fácil, por eso valoro mucho lo que he logrado... como cuando recuperás la pelota en un partido bravo”, grafica Martín Seefeld, un mediocampista que supo ganarse el puesto, donde fuera que sea.
Con el manual abierto de la gestualidad y los 50 recién cumplidos, se entrega a una charla de café, de la que, luego de una hora y pico, se despide diciendo que “para mí, la cultura del cortado es bárbara, es un espacio que no hay que resignar jamás”. Entra al bar de Belgrano como un vecino al que saben qué servirle. No es el de la TV. Es Martincho. El barrio, conceptualmente, le sienta bien. “Yo no creo que los amigos se cuenten con los dedos de una mano. Tengo muchos, soy muy amiguero, me ocupo, me preocupo, es un ida y vuelta muy sano la amistad. Me gusta juntarme y soy buen anfitrión, ¿sabés?, por eso tengo el deseo de volver a conducir. Me siento muy bien en el contacto con la gente”, reconoce el hombre que hace dos semanas “ofició“ en Tandil la boda de Mauricio Macri. A cuento de diferentes disparadores, Seefeld siempre tiene una anécdota con un amigo como protagonista (ver La frase), como cuando cuenta que “cuando empecé a jugar de 5, al principio iba a todas a cualquier costo. Hasta que un día, un hermano de la vida que perdí el año pasado, Marcelo Mc Kay, me hizo un planteo genial. Yendo a buscar una pelota alta, sin querer le pegué a un tipo un rodillazo de atrás y él me dijo ‘Me va a costar seguir siendo tu amigo, porque esto no me gusta’. Y eso para mí fue como una gran lección. Yo tendría 17 años, jugábamos en Hindú y él estaba tres escalones arriba, era un crack”.
Nacido en Olivos, criado en Don Torcuato, los afectos sobrevuelan la entrevista y él los cuela a propósito de su último cumpleaños (“fue una fiesta muy divertida, para la que me traje a mi viejo, de 88 años, que vive en Alemania”), de sus ceremonias con los amigos, de los juegos con sus hijos (Lola y Pedro), de su decisión de dejar “el negocio de los jeans” y aprovechar una oportunidad que le abrió el camino de la actuación: “Adrián (Suar) me ofreció hacer la obra de Poliladron, en Mar del Plata, hablé con Valeria y me dijo ‘Vamos, sin dudas’, renuncié a mi otro trabajo, en el que me iba bien, pero algún día había que animarse a dar el salto. Y fuimos y luego me sumé a Poliladron programa y fueron apareciendo otras propuestas. Si Valeria no me hubiera apoyado, quién sabe lo que habría pasado... Está conmigo hace 20 años, es una compañera de la vida con todo lo que eso significa”.
De chico soñaba con la Selección, con el rugby, siempre militando en la ceremonia de los deportes colectivos, pero a los 19 años se anotó en las clases de teatro de Franklin Caicedo y luego siguió formándose con Raúl Serrano y Julio Chávez: “También hice mucho curso para enriquecerme, me independicé de la curtiembre, me dediqué a fabricar camperas de cuero y fui gerente comercial de cuatro marcas de jeans. En esa época no veía tan clara la chance de vivir de la actuación, pero me gustaba. Y un día, a los 29 años, tuve un cambio interno y le dije a mi socio ‘Mirá son las dos de la tarde, hagamos la cuenta hasta la una y media, yo quiero seguir con lo otro’. Ya había hecho bolos y sentía que quería dedicarme a eso. Así terminé y así arranqué, con mis fotitos debajo del brazo, yendo a los canales, la peleé solo”.
En el repaso de su derrotero, no olvida “la mano que me dio Ricardo (Darín), que me consiguió un papel chiquito en Mi cuñado, pero al tiempo el personaje creció y era ‘el amigo de Ricardo’. Después hice Montaña rusa, volví con los jeans para poder mantenerme y enseguida apareció lo de Poliladron y lo que te conté de Vale”, enumera el actor de Rebelde Way, de Socias, el conductor de Enfrentados en TV y de Fe de ratas en radio, el creador y coprotagonista de Los simuladores -la perlita televisiva que va por su octava repetición-, el tipo que ahora vuelve a probarse como productor, junto a Pablo Echarri: en enero estrenará El elegido, por Telefe, la ficción que también lo tendrá en pantalla: “Tenemos una gran historia entre manos, un producto de mucha calidad por donde lo mires”.
Se apasiona Seefeld, sin fanatismo. Dice que busca el equilibrio, como le aconseja su padre. Y, lo sabe, suele encontrar lo que busca. Y no se cansa en la búsqueda. Tiene alma de 5, bien parado en la mitad de la cancha. Gentileza Clarin.



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