HOY
Alegría: Brasileña y Constitucional


El día que se conoció la noticia alguien preguntó: “¿Y cómo controlarán que se cumpla?”. Acababa de saberse que Brasil había aprobado una enmienda a su Carta Magna para incluir el “derecho a la felicidad”. Es interesante observar cómo la respuesta automática de mi interlocutor se instaló en la capacidad coercitiva de la ley y no en su poder garantista. Algo así como: “Sea feliz o marche preso”. Vaya carga si se consideran los numerosos beneficios constitucionales que son meras formalidades o se postergan perversamente en su cumplimiento. “Y encima nos piden que seamos felices”, sería la reflexión. Es que por más que se incluya el “derecho a la felicidad” en la ley de leyes de un país, en los hechos, esto será una expresión de deseos si no se cumplen todas las otras garantías pensadas para el desarrollo de las potencialidades de un ciudadano. Es indudable que Brasil hizo de la “alegría” casi una marca de bandera, una característica de su actitud colectiva hacia la vida. Pero también está claro que con el carnaval no se come, se cura o se educa. 

¿De qué hablamos cuando hablamos de felicidad? El año pasado la Revista Forbes consideró a Río de Janeiro la ciudad más feliz del mundo. “Este es un estudio de percepción, no un estudio de realidad”, explicó el consultor Simon Anholt. La cuestión es cómo “midieron” la felicidad. En realidad, los diez mil consultados en veinte países respondieron sobre “dónde ellos se sentirían felices”, con lo cual, la información no es exactamente una medición de alegría de acuerdo a calidad de vida in situ. “La brecha entre la percepción y la realidad –agregó Anholt- es una cuestión que corresponde a los gobiernos”. Con eso parece coincidir el autor de la idea de incluir la felicidad como un derecho. Cristovam Buarque -ex ministro de Educación y actual senador-, reconoce que “el gobierno debe garantizar a los ciudadanos el derecho a la búsqueda de la felicidad cumpliendo con todos los demás derechos”. La realidad por lo pronto parece desnudar el carácter declamativo y/o aspiracional del derecho a buscar la felicidad. Bastaría considerar por ejemplo que a pesar de sus avances en la lucha contra la pobreza, Brasil sigue siendo uno de los países con mayores desigualdades. Pero nada es tan lineal.
Se puede afirmar que la felicidad tiene que ver con la percepción pero también con las expectativas. Si el nivel de expectativas es menor, el índice de satisfacción será más alto y las metas, más realizables. Cuanto mayores sean las ambiciones, exigencias o demandas de superación, en cambio, más empinado se hará el camino hacia la felicidad. Pero esto, sólo si encadenamos el grado de felicidad a un criterio resultadista. Medir la felicidad sólo por logros obtenidos la convierte en una misión imposible considerando que es más común no obtener todo lo que se quiere que lo contrario. Además aunque se obtenga algo que se desea, eso no ocurre todo el tiempo donde sí prevalece la búsqueda de ese bien. Así las cosas, en un campo más realista, se podría arriesgar que el nivel de oportunidades en un país es lo más cercano al estado ideal para sus ciudadanos. “Lo que hace soportable la desigualdad es la igualdad de oportunidades”, afirmaba tiempo atrás un artículo de The Economist referido a la meritocracia como un factor clave pero también en crisis en los EE.UU. Las abismales diferencias de ingresos en ese país por ejemplo, de acuerdo a este razonamiento, son soportables sólo si todos consideran que cualquiera puede acceder al crecimiento mediante una buena formación, una buena idea y una buena dosis de esfuerzo. Justamente los EE.UU. son pioneros en darle rango constitucional a “la búsqueda de la felicidad” como uno de los “derechos inalienables” que se encuentran especificados en la Declaracion de la Independencia que data de 1776: “Vida, Libertad y la Búsqueda de la Felicidad”. 
Paradójicamente se puede señalar que buscar la felicidad no significa la ausencia de descontento. De alguna manera es el descontento lo que traza el camino de la búsqueda, en tanto y en cuanto existan las condiciones para superarlo. Caso contrario, lo que prevalece es la frustración. Indudablemente, el nivel de frustración también hace a la percepción de felicidad. Algo conocemos los argentinos de esta sensación. Estancamiento, resignación o impotencia son frecuentes moradores de nuestra realidad anímica cotidiana. La sensación de que no se puede cambiar el estado de cosas, de que siempre se puede estar peor y de que el únicostatus quo es el de la máquina de impedir.
¿Qué pasaría si un día de estos, a algún legislador vernáculo se le ocurriera enmendar la Constitución para incluir el derecho a la búsqueda de la felicidad? Probablemente lo primero que pensaríamos es que busca alguna otra cosa. De lo segundo, se encargaría nuestro escepticismo y del resto, los humoristas. Habrá quien diga que es más sencillo consensuar la felicidad que el Presupuesto y habrá quien se oponga porque la idea no vino de su partido. Pero claro, nosotros no somos Brasil y mucho menos los EE.UU. y deberíamos empezar por definir qué nos hace felices a los argentinos, si realmente nos interesa serlo y cómo podemos trabajar para que eso ocurra.
Por lo pronto, la alegría es brasileña, también en la Constitución.

(Telefe Noticias)

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