Peter se miró incómodo en el espejo del placard de su cuarto. Su gloriosa melena había sido historia esa misma mañana. La corbata le apretaba en el cuello. Sentía que le estaba ahogando. Vestía traje. Pantalón, chaqueta, y chaleco negro. Con camisa blanca y corbata granate. Parecía un camarero. Resopló incómodo. ¿Por qué estaba haciendo eso?. Cierto, su viejo. No había podido zafar.
- No puedo creer que lo hagás- dijo Agustín.
Agustín Sierra era un pibe alto, rubio, cachetón, de ojos castaños que había sido su amigo desde que tenía uso de la razón. Ni siquiera la distancia se había interpuesto en su amistad. Agustín era hijo del intendente de Tigre, un buen amigo de su viejo.
- La vi hace un par de días. Camina de una forma un tanto extraña. Utiliza plataformas. No es para nada femenina. Llevaba el cabello castaño recogido en una cola y alborotado.
- Se supone que vos sos mi padrino que debés animarme. No hacerme dudar sobre esta estupidez- Peter metió sus manos en los bolsillos de sus pantalones. En el derecho notó una caja- Cierto, lo olvidaba- lo sacó y le mostró el contenido a Agustín- para mi esposa. No se qué piensa mi viejo. Era el anillo de compromiso de mamá. ¿Debería ser especial, no? No puedo dárselo a alguien que me interesa menos que la uña del dedo chiquito de mi pie.
- Está bien amigo, tal vez estamos equivocados- Peter resopló- ¡Ey! Igual es una bomba en la cama.
- Que Cande no te escuche hablar así o te arrepentirás.
Cande y Agustín sí que eran una pareja de verdad. Candela Vetrano era la hija mayor del doctor Vetrano y su esposa. También vivía en el mismo barrio que Agustín y Peter. Podía ser que el inicio del romance de Candela y Agustín no hubiera sido un camino de rosas. Bueno, más bien de rosas llenas de espinas. Pero ahora eran inmensamente felices. Y cuando se miraban se veía todo el amor que se tenían. Candela Sierra, antes Vetrano, era estudiante de medicina. Los dos vivían en Buenos Aires en invierno y en verano en Tigre, en casa de los viejos de Agustín. Candela y Agustín se habían casado a los dieciocho cuando ella se quedó embarazada. Llevaban juntos desde los 16 pero aún así no dejó de ser un golpe duro. Tuvieron que remarla mucho para acostumbrarse a su nueva vida, sobre todo cuando la pequeñiña llegó. Pero todo eso era agua pasada. Estefanía, tenía 5 años y era el ojito derecho tanto de la familia Vetrano, como de la familia Sierra.
- Por cierto, ¿cómo le habrá ido a Can con mi mujercita?
- No me ha querido contar nada al respecto, dice que soy demasiado cerrado con la gente que no conozco- dijo sin darle demasiada importancia a la percepción que su mujer tenía de él.
- Definitivamente, no entiendo cómo pudo salir Cande con vos… Y no se cómo podré vivir con una mujer completamente antisocial.
- Deberías enseñarle los placeres de la joda y obvio… otra clase de placeres.
En el rostro de Peter apareció un gesto de asco, que hizo reír a su mejor amigo. Agustín se acercó a Peter para colocar una flor en la chaqueta de su amigo.
Mariana se observó en el espejo del placard de su cuarto. Llevaba un lindo vestido de novia. No era el vestido de sus sueños, pero no estaba mal. El vestido de sus sueños lo reservaba para cuando se casase con un hombre del que en verdad estuviera enamorada. Era un vestido de color blanco pero no era este blanco nuclear que hace daño en los ojos. Era de palabra de honor con la parte de arriba hasta debajo de la cola, completamente ceñido, marcando una escultural figura. La parte de arriba tenía bordados y pedrería. Y la parte de abajo estaba llena de voladitos de tela vaporosa. Mariana odiaba los voladitos como odiaba casarse con ese hombre. Llevaba el pelo recogido en un bonito moño con el pelo lleno de bucles. Llevaba la tiara con la que se había casado su mamá. Y un lindo velo muy largo. Otra cosa que odiaba. La incomodidad de la cola. Y llevaba el conjunto de pendientes y colgante que su mamá, su abuela y su bisabuela habían llevado el día de su boda. Era de diamantes y perlas naturales. Mariana comenzó a retorcer sus dedos y comenzó a caminar de un lugar a otro.
- Calmate o me contagiarás tu nerviosismo- dijo la chica rubia.
- Te aseguro de que no estarías tan tranquila si vos te casases con un hombre al que no conocés- le dijo Mariana a Eugenia con enfado
- No es tan desagradable- dijo Candela.
- Se que es tu amigo. Y que su mejor amigo es tu marido. Pero… ¡Son un par de arrogantes!. Sabés que es verdad. Son tan… no les importa los sentimientos de las personas. Solo esperan que sean lindos, tengan plata y se traguen hasta el agua de los floreros.
- En algunas cosas tenés razón- dijo Candela riendo- Bueno… no me mirés así… puede que sea en todo… pero les conozco. Y no es tan así… al menos no del todo. Son bastante prejuiciosos… pero no…
- ¡No me interesa Cande!- le espetó Mariana- Si él quiere pensar que soy la mina más desagradable y amargada del planeta, allá el, no pretendo perder mi tiempo demostrándole que se equivoca.
- Lali, yo creo que si decidiste seguir con esta locura… creo que al menos podrías intentar conocerle y permitir que él te conozca- dijo Eugenia.
- A mi me agradás mucho… y eso que soy amiga de ese par de arrogantes- dijo Candela.
- Vamos, no llorés- dijo Eugenia al ver las lágrimas que empezaban a asomar por los ojos de su amiga
En ese momento llamaron a la puerta. Carlos Esposito apareció tras ella. Sonreía de forma radiante. El parecía una de las pocas personas que estaban conformes con esa boda.
- ¿Ya están listas chicas?- dijo Carlos.
- Solo le resta el velo- dijo Eugenia de su buen humor característico
Mariana dejó que entre Candela y Eugenia le colocasen el velo. Eso sí, después de dirigir una mirada furibunda a su viejo que hubiera hecho temblar al más pintado. Al menos le haría saber cómo se sentía respecto a esa pavada.
Se detuvo frente al altar, cada vez comprendiendo menos por qué había tomado esa decisión. Él no se quería casar. Ni en ese momento, ni en un futuro cercano. Y mucho menos con esa tal Mariana que no se parecía en nada a las chicas que él solía frecuentar. Sintió sus manos sudar y guardó el estuche dentro del bolsillo de su pantalón. No le daría ese anillo a esa mina. Jamás le haría eso a su mamá. Si llegaba a regalar ese anillo, sería a una mujer de la que estuviera enamorado y él no pensaba enamorarse hasta dentro de bastante tiempo. Aún tenía demasiadas cosas que disfrutar de la vida y no permitiría que un matrimonio arreglado se lo impidiera.
Se paró nerviosa ante su papá. Observaba la iglesia de reojo. Podía salir corriendo en ese mismo momento y olvidarse por completo de esa tontería. Suspiró intentando sonreírle a su papá, que estaba radiante de felicidad. No entendía por qué había aceptado, era demasiado estúpido. No necesitaba un hombre para ser feliz, y mucho menos uno con la fama de Peter. Tomó el brazo de su viejo y escuchó la música comenzar mientras su cuerpo temblaba de pies a cabeza. Intentaba reprimir los deseos de llorar y salir corriendo de allá. Observó ligeramente a su papá, que caminaba feliz y orgulloso. Aquello no era más que un simple acuerdo de negocios. Lali se casaría con el hijo de su socio y así la empresa quedaba en manos de la familia y no se irían las acciones a familias terceras. Pasó junto a su mamá y apartó la mirada inmediatamente de ella, lo había aceptado, lo había permitido. Había consentido que su papá le entregase como si fuese un objeto. Sintió una lágrima deslizarse por su mejilla y en su interior agradeció el ridículo velo que cubría su rostro. Dirigió la mirada hacia su suegro y vio la misma mirada de felicidad que tenía su papá. Evitó a toda costa mirar a Peter, no tenía deseos de hacerlo nunca, no quería conocerlo, había arruinado su vida, como seguramente ella le estaba arruinando la de él.
Se sobresaltó un poco al escuchar la música comenzar a sonar y sus ojos no pudieron evitar voltear hacia la entrada. Entonces la vio por vez primera. Era delgada, con todo bien puesto. Era bastante petisa a pesar de que debía llevar tacos. No podía ver su rostro debido a la ridícula tela del velo y temió aún más por su apariencia. Caminaba lento, como si no quisiera terminar el recorrido. Él no podía estar más de acuerdo. Tenía tantos deseos de gritar en ese momento y detener toda esa estupidez, pero seguramente su papá, y el señor Esposito lo harían retractarse. Al fin estuvo frente a él y su garganta se secó. Intentó sonreírle por mera cortesía, pero sus labios no expresaron más que una mueca.
Mordió su labio inferior intentando detener su temblor. Y sintió otra lágrima deslizarse por su mejilla cuando su papá le entregó su mano a Peter.
- Hola- susurró débilmente-
Ella no se atrevió a mirarle. Solo deseó que no notase el temblor de su cuerpo. Ni las lágrimas de sus mejillas. Escuchó la voz del sacerdote, pero no prestó atención en absoluto, solo quería que eso terminase pronto, quería salir cuanto antes de allá. Soltó su mano comprendiendo que de nada servía llorar. Había llegado hasta allí por propia convicción o por propia estupidez.
Escuchó murmullos a su alrededor. Al parecer ninguna pareja se había tardado tanto en decir el mega famoso “Si quiero”. Aunque estaba seguro que la mayoría de las personas que estaba allí, sabían perfectamente que era un matrimonio arreglado. Tal vez solamente esperaban que alguno de los dos se negase, y él también lo hacía, pero por alguna razón; que él había olvidado por completo; había aceptado y ella también lo había hecho. Escuchó al sacerdote indicarles que podían besarse, pero él no atinó a moverse y al parecer, ella tampoco. Peter finalmente reaccionó y descubrió el rostro de Lali, levantando el velo. Se dio cuenta de que era bastante más guapa de lo que había creído. Pero tenía las mejillas inundadas de lágrimas y esos dos ojos negros, completamente mojados.
- Debemos hacerlo- susurró Peter.
Se acercó a ella antes de perder el valor. Su intención era solamente rozar efímeramente sus labios. Pero duró un par de segundos más, solamente para hacerlo más creíble. Se separó de ella al escuchar a la gente aplaudir. La tomó de la mano y tiró de ella para salir de allá.

Proximo capitulo, Miercoles 19 de Octubre, no te lo podes perder!

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